Cuando realizamos alguna actividad física, la sangre aumenta la velocidad con la que recorre nuestras venas; ese flujo sanguíneo llega hasta el punto más récondito del cerebro
¿Te ha pasado que, luego de una tarde de estrés, dar un paseo te hace sentir mucho mejor? Bueno, no eras la única o único a quien le ocurre. Esta sensación, que, habitualmente, denominamos como «despejar la mente», no es una idea nada más, sino que, en efecto, hacer ejercicio o realizar una actividad física que merece un esfuerzo mayor produce que pensamos y aprendamos mejor, pero ¿Qué pasa en nuestro cerebro mientras sometemos a nuestro cuerpo a un tipo de entrenamiento?
¿Qué tiene que ver el cerebro con nuestro cuerpo?
Es una pregunta interesante. No hay que olvidar que el organismo humano puede catalogarse como un sistema «compartimentalizado», pues existe una interacción inherente entre los órganos. Es por eso que no podemos aislar el cerebro de alguna parte de nuestro cuerpo. Es imposible. ¿Por qué crees que sientes dolor en la rodilla cuando te golpeas? Es, en gran parte, porque el cerebro manda señales a la tibia, fémur o peroné (el área lesionada), aún antes que el impacto del golpe hinche esa parte del cuerpo.
En este sentido, y para no desviarnos de nuestro objeto de estudio, o sea el cerebro y sus enigmas durante la actividad física, es importante recalcar que a la hora de llevar a cabo un deporte, la velocidad con la que viaja nuestra sangre aumenta, por ende, nuestro flujo sanguíneo mejora y comienza a fluir redistribuyéndose a lo largo de todo el organismo, incluyendo el cerebro.
Con un mejor flujo sanguíneo también se optimiza nuestra cognición, es decir, nuestra capacidad de razonar, memorizar, y resolver problemas, por mencionar algunas.
De acuerdo con Justin Rhodes, psicólogo de la Universidad de Illinois, «más sangre significa más energía y oxígeno, lo que hace que nuestro cerebro funcione mejor».
Si sudas, piensas más
Otra de las teorías relacionadas con el ejercicio y el cerebro involucra al sudor. Así como cuando la concentración alcanza un punto alto, el hipocampo se pone en marcha, también se encuentra activo durante la actividad física. Se trata de una parte del cerebro que tiene un papel crucial en el desarrollo del aprendizaje y la memoria.
Pongamos un ejemplo: Es una tarde de abril, mientras rodas en bicicleta y un pequeño niño juega cerca del parque con un papalote, en que ambos se encuentran, la brisa se lleva el juguete del infante y comienza a ir detrás de él, desesperadamente, entonces tú acudes, aceleras el andar para alcanzarlo. Durante este esfuerzo, las neuronas del hipocampo aumentan la velocidad en que viajan, produciendo que tu función cognitiva mejor, por lo que, seguramente, atrapaste ese papalote.
Distintos estudios sugieren que, dependiendo, del deporte o ejercicio que realices, dependerá también que capacidad cognitiva desarrolles. Cuando caminas tu aprendizaje espacial mejora. Mientras que el ejercicio aeróbico revierte el encogimiento del hipocampo, el que se encoge con la edad, en consecuencia, la memoria mejora.
El ejercicio y el cerebro de nuestros antepasados
Otro dato interesante es que, en la antigüedad, cuando nuestros antepasados descubrieron lo que era sudar, la actividad física no se ejecutaba como una necesidad, sino como un mecanismo de defensa, para escapar de los depredadores. Mientras los neandertales escapaban, el flujo sanguíneo les permitía reaccionar rápida e inteligentemente ante una amenaza inminente o matar presas.