No se trata de olvidar el tema de la familia presidencial, pero por lo menos ser conscientes de lo que nos acecha, para que no nos tome por sorpresa.
Mientras en México estamos disputando el tema de los ingresos del hijo del presidente de la República y de los posibles conflictos de interés, en el mundo nos estamos enfrentando a una situación cada vez más crítica y potencialmente explosiva.
No se trata de olvidar el tema de la familia presidencial, pero por lo menos ser conscientes de lo que nos acecha, para que no nos tome por sorpresa.
Como resultado de esa crisis, el precio del petróleo ha llegado a máximos de ocho años.
Ayer, el precio de la mezcla mexicana rozó 90 dólares, mientras que el Brent del Mar del Norte estuvo por arriba de 96 dólares por barril.
No se trata ya solamente de un problema de falta de equilibrio en la oferta y la demanda, sino también de una situación de alto riesgo geopolítico.
Aquí en México percibimos lejanamente el conflicto de Ucrania. Nos parece algo remoto y que nada tiene que ver con nosotros.
Sin embargo, en caso de que estallara, se trataría probablemente de la peor de las crisis políticas internacionales que hemos tenido en el mundo en las últimas décadas.
En México a veces tenemos la tendencia ‘a vernos el ombligo’. Ignoramos lo que pasa en el entorno y pensamos que todo lo que nos afecta tiene que ver fundamentalmente con la circunstancia propia.
Sin embargo, hoy la situación es mucho más compleja y, de generarse un conflicto en Ucrania, nos pegaría de manera directa.
Déjeme comentarle dos de las vertientes a través de las cuales nos afectaría.
La primera es la mencionada de los precios del petróleo.
Además de los niveles a los cuales se ha llegado, incluso sin el conflicto con Ucrania, hay quien piensa que alcanzarán 100 dólares por barril en las siguientes semanas, eso significará muchas presiones fiscales para poder mantener sin un alza significativa el precio de las gasolinas.
El gobierno no podrá mantener la política de refinar todo lo posible, pues sería un desastre.
Obviamente para Pemex será una gran ventaja. Pero le costará al erario público un monto muy significativo.
Habrá jaleo en el gobierno federal, pues la petrolera buscará preservar una parte importante del beneficio mientras que las finanzas públicas lidiarán con el sacrificio de comprar gasolina cara para venderla quizá por abajo del costo.
El problema principal, no obstante, no será solamente el precio del combustible. Una situación de inestabilidad en Europa podría provocar una recesión en esa zona del mundo.
Esto significaría el riesgo de un freno económico mundial aun si no estallara la guerra en Europa.
Por cierto, si se detonara, sería la primera después de 1945. De esa seriedad es.
Europa sigue teniendo un peso suficientemente elevado en la economía mundial como para producir una crisis generalizada.
Pero, además del efecto económico inmediato, tendríamos un impacto que rebasaría los temas estrictamente económicos.
Nos enfrentaríamos a una circunstancia geopolítica en la cual no habría claridad respecto al futuro.
En ese ambiente la incertidumbre podría paralizar las inversiones en prácticamente el mundo entero.
Quien piense que con ello el gobierno de López Obrador quedaría libre de responsabilidad por un eventual freno económico, no entiende que la gente cuestionaría al gobierno independientemente de su responsabilidad, como lo ha hecho en circunstancias parecidas desde hace muchos años.
Pocos son los gobiernos que pueden pedirle a sus pueblos un esfuerzo de sangre, sudor y lágrimas, y después de Houston, el de López Obrador ya no está calificado para hacerlo.